(Nota del equipo editorial): Nos complace presentar esta pieza publicada en español, previamente publicada en inglés, como parte del compromiso que ha asumido Engagement de ofrecer contenido en varios idiomas y de asegurar que la investigación académica y colaborativa en antropología ambiental refleje la diversidad geográfica, lingüística y social de les investigadores, así como de las comunidades involucradas.
Por Laura Betancur Alarcón (Integrative Research Institute on Transformations of Human-Environment Systems-IRI THESys at Humboldt Universität zu Berlin) y Ana María Arbeláez-Trujillo1 (Water Resources Management Group at Wageningen University and Research).
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En su camino hacia la orilla del río La Miel, Isaura desciende por la montaña. Por el suelo, como niebla que sale de los árboles, ella observa el tubo de 6 kilómetros que transporta las aguas del río hasta la casa de máquinas de la central hidroeléctrica. Ya no puede bañarse en el río: este gran tubo atrapa gran parte de su agua, disminuyendo su caudal.
También a pie, pero a las orillas de un valle de bosque seco, Pedro busca un posible puerto para embarcar en el “pedazo de río” que les queda. Es un tramo de 14 kilómetros del río Magdalena, ubicado entre dos grandes represas. Mientras él busca, el río se expande y contrae con los ritmos de las centrales hidroeléctricas.
Isaura y Pedro buscan la corriente del río en territorios fragmentados por infraestructuras. Siguiendo sus pasos, recorremos las riberas y los valles de dos ríos de los Andes colombianos. Ana camina con Isaura por la parte alta del río La Miel en el corregimiento de Bolivia, departamento de Caldas. El recorrido transcurre por la zona de influencia del proyecto hidroeléctrico a filo de agua “El Edén”,construido en 2013, el cual desvió parcialmente las aguas del afluente. Laura camina con Pedro por la parte alta del río Magdalena, donde se construyeron las represas de Betania (1987) y El Quimbo (2015), en el departamento del Huila.
Las grandes transformaciones físicas causadas por las centrales hidroeléctricas en los ríos han sido objeto de múltiples investigaciones académicas. Este énfasis nos lleva a preguntarnos sobre lo qué pasa con las vivencias cotidianas en los territorios habitados por personas ribereñas y campesinas que experimentan la presencia de estas infraestructuras. ¿Cómo sienten esas transformaciones? Nos planteamos estas preguntas teniendo en cuenta que las infraestructuras hídricas generan cambios territoriales que, a su vez, reconfiguran las relaciones entre los seres humanos y el agua y moldean los sentidos de pertenencia y apego al territorio.
Las grandes transformaciones físicas causadas por las centrales hidroeléctricas en los ríos han sido objeto de múltiples investigaciones académicas. Este énfasis nos lleva a preguntarnos sobre lo qué pasa con las vivencias cotidianas en los territorios habitados por personas ribereñas y campesinas que experimentan la presencia de estas infraestructuras. ¿Cómo sienten esas transformaciones?
Diferentes formas de agua, mediadas por tuberías, bosques, sedimentos, muros y motores despiertan una red de emociones que abarcan el miedo, la alegría y el olvido. Las historias de Isaura y Pedro demuestran que, con el paso del tiempo, las infraestructuras hídricas cambian no sólo el paisaje, sino también los significados, los usos y los recuerdos de las personas (Hommes, 2022). En ese sentido, abordamos las infraestructuras hídrico-energéticas como procesos en el tiempo” que evolucionan de forma desigual a través de diversas escalas temporales (Anand, Gupta, y Appel, 2018). Procesos que simultáneamenteestán conectados con el contexto sociopolítico. En las siguientes líneas, intentamos comprender cómo las infraestructuras hídricas integran y desintegran estos espacios anfibios, donde la tierra y el agua se encuentran en un nexo espacio temporal continuo en el entramado de compleja red de emociones.
Empecemos acompañando a Isaura a través del caminado empinado, donde encontramos el río entubado2
Tomo el jeep de las 8 de la mañana que me lleva desde el centro de Bolivia, un corregimiento en el Oriente de Caldas3, hasta el punto donde comienza el camino que conduce a la casa de Isaura. Esta mañana, como muchas otras en la región Andina del centro de Colombia, la neblina es abundante y difumina el verde intenso de las montañas que nos rodean. Alquiber, el presidente del Movimiento Ambiental Campesino del Oriente de Caldas- MACO, está esperándome para ir juntos a visitar a Isuara. “PROPIEDAD PRIVADA. PROHIBIDO EL PASO,” dice el letrero que nos recibe en el punto de partida. Alquiber me cuenta que el área que rodea la finca de Isaura pertenece a la compañía hidroeléctrica El Edén. “Aquí estaban unos de los cultivos de café más productivos de la región”, me explica. Hoy en día, el uso del suelo ha cambiado, la compañía compró la mayoría de fincas en el área y las transformó en bosque para cumplir con el plan de compensación y las medidas de reforestación de la licencia ambiental otorgada al proyecto hidroeléctrico.
El aire se siente más fresco cuando empezamos a cruzar el bosque. El canto de los pájaros, la bruma y el sonido de las hojas mecidas suavemente por el viento nos acompañan mientras bajamos la pendiente. Caminamos unos veinte minutos y entonces, justo frente a nosotros, como si fuera un gigantesco árbol de guadua que se ha caído y bloquea el camino, encontramos el tubo de la hidroeléctrica. Alquiber saca un metro para medirlo. “Yo siempre he querido saber que tan grande es este tubo”, me dice. El Edén es una central hidroeléctrica a filo de agua, por lo que no requiere para su funcionamiento de un gran embalse como otros proyectos hidroeléctricos. En este caso, el agua que se toma del río es conducida por el interior de la montaña a través de un túnel de 5,8 km hasta llegar a un portal de salida. Desde allí, este tubo de 396 cm de circunferencia , según los cálculos de Alquiber, transporta el agua hasta la casa de máquinas. Acercamos el oído al tubo y oímos pasar el río atrapado. El agua está a punto de llegar a las turbinas para producir energía. Una vez cumplida esta tarea, se liberará para volver a encontrarse con la parte del río que fluye libremente.
Seguimos caminando unos diez minutos más hasta que llegamos a casa de Isaura. Ella nos está esperando con una sonrisa amable y aguapanela. Pasaré las siguientes horas escuchando cómo el proyecto hidroeléctrico cambió su vida.
En el 2013, cuando comenzó la construcción del proyecto El Edén, la empresa anunció varios beneficios, entre ellos empleo, progreso y desarrollo para la comunidad local, así como más bosque para los animales. Esa última “promesa” generó cierto ruido en la cabeza de Isaura. “Esto acá eran puros cafetales y ellos decían que iban a sembrar árboles, que corredores biológicos para los animalitos (…) Yo pensaba, pero si estos cafetales y estos potreros tan bonitos se vuelven monte, esto quedamos es en la selva, se va a acabar el trabajo(…) yo beneficios no veía”, recuerda. La empresa hidroeléctrica compró la mayor parte de los terrenos que rodean la tubería que transporta el agua para producir energía a la central. Como resultado, Isaura y su familia quedaron rodeados por un bosque de guadua. Según la licencia ambiental del proyecto, la empresa plantó 4.104 de estos árboles, los cuales actúan como depósito acuífero al almacenar grandes cantidades de agua cuando llueve, creando un efecto refrescante en los alrededores. Vivir en medio del bosque no ha sido fácil para esta familia campesina: la humedad afecta la productividad del café, las ardillas se comen el cacao y las serpientes acechan a las gallinas, que ahora son menos y están encerradas en jaulas como medida de protección. “Hay gente que me dice: ¿usted por qué se queja si eso se ve muy bonito? Y sí, yo no digo que no se vea bonito, y la naturaleza hay que cuidarla y todo, pero no estoy de acuerdo con el daño que nos están causando a nosotros y a nuestra finca,” explica Isaura.
Es una tarde calurosa de mayo y camino con Isaura desde su casa hasta el río La Miel. Mientras caminamos, me cuenta que, cuando era pequeña, ella bajaba por ese camino con su familia los fines de semana para bañarse en el río.
“Pasábamos más bueno. Bajamos al río y nos reuníamos con los primos y varios tíos y tías. Nos reíamos todos y nos íbamos para el río. Eso gozábamos. No traíamos para hacer el almuerzo sino que traíamos ‘la gata’ para almorzar.”
– ¿“La gata”? Pregunto confundida.
Isaura se ríe, toma con sus manos una hoja de una planta que está cerca y comienza a doblarla. Mientras lo hace, me explica que la gata es un plato tradicional elaborado con guiso de pollo, papa, arroz, yuca y arepa que se envuelve en hojas de plátano, como un tamal. Ese era su plato para almorzar en el río.
Ella también me cuenta que la gente ya no viene tanto al río porque después de la construcción de la hidroeléctrica el afluente tiene muy poca agua. Además, el clima de verano4 y los patrones de la lluvia también han cambiado. “Cómo era de bueno cuando bajábamos todos por aquí, como era de bonito todo. Había como más paz, era más alegre todo, pero ahora mire ese poquito de agua que trae el río acá”, añade Isaura.
Después de pasar un rato en el río, subimos por la montaña, de regreso a su casa. Intentamos mantener la conversación con la respiración cortada por el esfuerzo. Isaura usa un poncho blanco que cuelga de su cuello para secarse el sudor que le cae por la frente y yo hago mi esfuerzo para seguirle el paso. Cuando estamos a mitad de camino, Isaura se detiene un momento para descansar. “Aquí en este punto, exactamente aquí, sacaba mi tarrito de bogadera5 y este era uno de los puntos para yo tomar bogaderita y descansar un poquito. Y yo me ponía a ver de aquí para abajo esos potreros y ese ganado tan bonito (…) Siempre dicen que todo tiempo pasado fue mejor y yo creo que eso es verdad”, me dice.
Mojémonos los pies paseando por las orillas del río con Pedro
Pedro6 indica el camino. Debemos atravesar la construcción con los techos rotos y la piscina sucia del Parque Bosque, el centro recreativo abandonado. Detrás de ella viven Ernesto y Vallenato, dos pescadores mayores. Su casa está en un pequeño montículo, a menos de dos metros del suelo. Desde la orilla de este río, vemos una estrecha corriente de agua que fluye y transporta jacintos de agua a unos diez metros de distancia. “Así es cuando el río está mermando”, me dice Ernesto. La corriente de agua que señala es uno de los brazos del río Magdalena. El río trenzado tiene varios hilos de agua provenientes de la represa de El Quimbo. En ese punto que señala Ernesto, esas aguas volverán a expandirse formando el siguiente embalse, la represa Betania. Ambas infraestructuras hidroeléctricas están ubicadas en el Huila, al sur de Colombia.
Para descifrar los ritmos del río, la hidroeléctrica y la energía, ya sea que generen electricidad o no, Ernesto lee la velocidad de la vegetación que flota en esas aguas. Cuando los jacintos de agua están bajando, él deduce que las compuertas se están abriendo y las turbinas podrían empezar a girar. El terreno en el que estamos parados, cuando vemos correr los jacintos, solía ser el embalse, área acuática llenada para almacenar agua para la generación de energía7. Pedro y yo llegamos hasta la casa de Ernesto porque este sitio se ha convertido recientemente ´en el último puerto posible. Desde ahí aún es factible utilizar la canoa. Por el contrario, en Puerto Momico, orilla habitual desde donde parten los pescadores, el nivel del río es tan bajo que la navegación resulta imposible.
En 2014, Puerto Momico, el lugar de embarque de los pescadores artesanales, quedó “embotellado” entre represas, como dicen algunos pescadores. En 2015, veintiocho años después de iniciada la operación de la represa Betania, la represa El Quimbo entró en funcionamiento. Alrededor de catorce kilómetros separan las compuertas de la nueva represa del punto de partida del antiguo embalse. Pasé varias tardes con Pedro recorriendo la zona de Puerto Momico, caminando por las orillas del “charco”, “espejo de agua” o “lago”. Todas esas son formas en las que los ribereños nombran el embalse, un lugar para vivir en y con el agua que despierta en ellos diferentes emociones. Para algunos, el “lago” les brindó los mejores años de sus vidas como pescadores. Historias de orgullo, aventura y abundancia están presentes cuando cuentan su tiempo trabajando allí. Los cambios, la sedimentación y la represa de El Quimbo han resignificado el río como un lugar de esfuerzos, luchas y contestaciones físicas y económicas.
Durante las siguientes semanas, los habitantes del municipio de Hobo,donde se ubica Puerto Momico, me contaron que donde hoy veo ruinas a la orilla del río, alguna vez los habitantes de esta región disfrutaron, bailaron y cocinaron. Cuando les pregunto hace cuánto tiempo que esa zona dejó de ser un punto de encuentro del pueblo, dicen que tal vez quince años, tal vez veinte, tal vez menos. Con una fijación ilusoria en los hechos, insistiré en encontrar un momento en el que el río-embalse cambió sus cualidades. Cuando conocí a Ricardo tuve una referencia más exacta.
El embalse y el Parque Bosque “fue un lugar de la gran unión. Como ya no teníamos río, íbamos al embalse… Pero las aguas empezaron a bajar… el parque quedó absolutamente aislado de la tierra (sedimentos)”. Eso fue lo primero que me dijo Ricardo, funcionario público del municipio. Luego, recordó a una amiga que recientemente publicó una foto en Facebook. Una foto amarillenta de ella cuando era adolescente y nadaba en el Parque Bosque. Él me la mostró. Luego, continuó: “Dejamos de ir allí cuando mataron a Flor, la señora que administraba Parque Bosque”. Nos quedamos en silencio. En Hobo, no todo el mundo habla abiertamente de esos recuerdos dolorosos. Sólo Pedro me habló de ella durante nuestros paseos. No pude evitar preguntarle a Ricardo sobre la fecha:
-“¿Cuándo pasó eso?”, pregunté.
-”No lo sé, no lo recuerdo, tendríamos que ir al cementerio”,respondió Ricardo.
De hecho, allá fuimos. Nos montamos en su motocicleta, fuimos al camposanto y buscamos la tumba de Flor. La fecha de defunción era 9 de enero de 2000. Me di cuenta de que su muerte ocurrió un mes después de que el grupo guerrillero Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) bombardeó la plaza principal de Hobo. Le mencioné a Ricardo s ese evento. Parecía sorprendido y dijo: “No relacioné ambos eventos, no queremos recordar esos años, de todos modos ya no podemos nadar allí”.
Las transformaciones y articulaciones temporales de sedimentos, infraestructuras y miedos redefinen el nexo tierra-agua en la experiencia de Pedro y otros habitantes de Hobo. Pensar en los “ritmos espacio temporales” (Krause, 2022) de este nexo es un elemento generativo para el análisis de las transformaciones socioecológicas en regiones donde las disputas por el agua son de larga data. Con el paso de los años, en las áreas inundadas por el embalse artificial, los sedimentos dieron paso a formaciones de suelo más fijas que provocaron una disminución en los usos recreativos y productivos del agua. A su vez, los sentimientos y sentidos de pertenencia a los entornos acuáticos también se transformaron.Los habitantes pasaron de celebrar el río como un lugar para la colectividad a percibirlo a través de los lentes de la nostalgia y el olvido. El cambio de lo que constituye físicamente el río, más tarde el embalse y, en la actualidad, las áreas terrestres emergentes evidencian una experiencia mutable con el entorno ribereño donde la división tierra-agua es más una cuestión de tiempo que de espacio. El nexo tierra-agua en relación con procesos de baja velocidad, como la sedimentación, o procesos rápidos, como los despachos diarios de energía, generan ritmos de transformación espacial que redefinen constantemente el río como un espacio anfibio. En el día a día de los pescadores locales, la forma expandida y contraída de tierra-agua obedece tanto al funcionamiento del sistema de mercado energético como a grandes transformaciones territoriales en el uso de la tierra.
En este caso de la región del Alto Magdalena, esos procesos se combinan con otras experiencias sociales del tiempo, como los ciclos de violencia, duelo y olvido en regiones afectadas por el conflicto armado interno colombiano. En esta narración, la muerte de Flor,una de las miles ocurridas durante la intensificación del conflicto armado en la década de 2000 en el sur de Colombia, provocó un abandono mientras que la lenta sedimentación reformaba un área de reunión colectiva. En este espacio, las formas del agua tienen una capacidad agencial tan relevante como los propios dolores de la violencia para dar forma a los ambientes ribereños por donde camina Pedro.
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Al acompañar a Isaura y Pedro en una de sus caminatas cotidianas, reflexionamos sobre cómo convivir con ríos infraestructurados no está libre de conflictos. Más bien, es una experiencia de muchas contestaciones (Boelens et al., 2022). Los recuerdos de lo que solían ser estos ríos y las percepciones de lo que son actualmente revelan el complejo paisaje emocional debajo de las transformaciones físicas provocadas por proyectos hidroeléctricos (ibidem).
Los recuerdos de lo que solían ser estos ríos y las percepciones de lo que son actualmente revelan el complejo paisaje emocional debajo de las transformaciones físicas provocadas por los proyectos hidroeléctricos.
En lugar de romantizar estas historias diciendo que “todo tiempo pasado fue mejor”, mientras caminamos con ellos, los cambios materiales y temporales en estos paisajes anfibios revelaron los afectos que emergen de la convivencia diaria con infraestructuras hidroeléctricas. Nuestro objetivo era poner en el centro de la conversación esas emociones que tienden a ser menos registradas cuando se discuten los efectos de las represas hidroeléctricas en los ámbitos académicos y políticos. ¿Qué nos pueden decirnos tubos y embalses si los miramos a través del lente de las emociones? ¿Cuál ha sido el efecto de no tenerlas en cuenta?
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Referencias
Anand, Nikhil, Akhil Gupta, and Hannah Appel. 2018. The Promise of Infrastructure. The Promise of Infrastructure. Duke University Press. https://www.academia.edu/37101526/The_Promise_of_Infrastructure.
Boelens, Rutgerd, Arturo Escobar, Karen Bakker, Lena Hommes, Erik Swyngedouw, Barbara Hogenboom, Edward H. Huijbens, et al. 2022. “Riverhood: Political Ecologies of Socionature Commoning and Translocal Struggles for Water Justice,” https://doi.org/10.1080/03066150.2022.2120810.
Hommes, Lena. 2022. “The Ageing of Infrastructure and Ideologies: Contestations Around Dam Removal in Spain.” Water Alternatives 15 (3): 592–613. https://www.water-alternatives.org/index.php/alldoc/articles/vol15/v15issue3/674-a15-3-3/file.
Krause, Franz. 2022. “Rhythms of Wet and Dry: Temporalising the Land-Water Nexus.” Geoforum 131 (May): 252–59. https://doi.org/10.1016/J.GEOFORUM.2017.12.001.Swyngedouw, Erik. 2010. “Modernity and Hybridity: Nature, Regeneracionismo, and the Production of the Spanish Waterscape, 1890–1930.” Http://Dx.Doi.Org/10.1111/0004-5608.00157 89 (3): 443–65. https://doi.org/10.1111/0004-5608.00157.
Swyngedouw, Erik. 2010. “Modernity and Hybridity: Nature, Regeneracionismo, and the Production of the Spanish Waterscape, 1890–1930.” Http://Dx.Doi.Org/10.1111/0004-5608.00157 89 (3): 443–65. https://doi.org/10.1111/0004-5608.00157.
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Ana María Arbeláez-Trujillo es investigadora doctoral en la Universidad de Wageningen y forma parte del proyecto Riverhood, financiado por el Consejo Europeo de Investigación bajo el programa Horizonte 2020 de la UE. Su investigación combina la ecología política y los estudios jurídicos críticos para entender cómo los proyectos hidroeléctricos y otras infraestructuras hídricas impactan en las comunidades ribereñas y campesinas y cómo estas comunidades movilizan fuentes plurales de derecho para defender los ríos y promover la justicia ambiental. Es abogada de la Universidad de Caldas y especialista en Derecho Ambiental de la Universidad del Rosario. Tiene una maestría en Políticas Públicas del Instituto Internacional de Estudios Sociales (ISS) y el Institut Barcelona d’Estudis Internacionals (IBEI). Contacto: [email protected]
Laura Betancur Alarcón es investigadora doctoral en el Instituto de Investigación Integrativa sobre Transformaciones de los Sistemas Humano-Ambientales (IRI THESys) de la Humboldt-Universität zu Berlin. Forma parte del proyecto “¿Seguridad hídrica para quién?’”, financiado por la Fundación Volkswagen. Su investigación se centra en las relaciones entre los seres humanos y los ríos, las ocupaciones rurales y las desigualdades en el contexto de múltiples crisis, como la pérdida de biodiversidad, la violencia armada y el acaparamiento de tierras y agua. Laura tiene una maestría en Estudios Ambientales y Ciencias de la Sostenibilidad de la Universidad de Lund (Suecia). Además, tiene formación en ciencias sociales y periodismo de la Universidad Pontificia Bolivariana (Colombia). Contacto: [email protected]
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